jueves, 6 de noviembre de 2014

Introducción



Un día como otro cualquiera, en un barrio como otro cualquiera se encontraba una casa que destacaba en medio de una hilera de pisos hechos al por mayor. La casa tenía un precioso techo en forma de triángulo (beneficioso para los días de nieve), seguido por unas paredes de madera de color morado oscuro. Lo que más llamaba la atención de la casa era una ventana sobresaliente que de noche si pasabas por allí podrías ver el interior de la vivienda con todo lujo de detalles. Además la casa iba acompañada de un precioso jardín delantero que estaba delimitado como no por una valla blanca de madera. Hacía muchos años que se había construido la casa y aunque antes habían existidos muchas similares ya solo quedaba esa, el último eslabón perdido en una ciudad donde lo nuevo primaba sobre lo viejo.

En el vecindario todo el mundo la conocían por el nombre de “la pequeña uva” y es que desde los imponentes rascacielos la veías tan, tan pequeña como las personas veían a las uvas más pequeñas que no se habían desarrollado bien. A la gente le extrañaba que la persona o personas que viviesen ahí no se hubiesen dado por vencidas y hubiese cambiado su destartalada casa por un piso de lujo como los que ellos mismos habían tenido la suerte de comprar.

Si seguimos observando desde arriba vemos una hilera de rascacielos que se levantan hasta el infinito, ni un espacio libre dejan para que los árboles puedan respirar en paz, toda una ciudad grisácea donde el único punto de color lo pone esa casa morada.


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